El pueblo persiguiendo la Libertad


La Historia tiene un gran defecto. Lo que ha llegado a nosotros es lo que vemos y no lo podemos cambiar. Eso es lo que me viene a la cabeza cuando veo esta pésima imagen que tomé en el Museo del Louvre. Ese era uno de los problemas que antaño tenía la fotografía analógica, no podías comprobar el resultado en el momento. Entonces, fijabas los parámetros, disparabas y, cuando revelabas el negativo, te dabas cuenta de que el pulso era una de las variables que tenías que controlar tú, y no la cámara. Pero gracias a la tecnología, he podido modificarla para darle foco a lo realmente importante, el cuadro de Delacroix, una imagen asidua a todos los libros de texto de Historia que pasaron por mis manos. Cierto es, por más vueltas que le doy, que todavía hay un misterio que no he podido resolver en esta imagen. Existe una distorsión que creo sólo hallar en mi cerebro: su margen derecho parece más corto que el izquierdo.


El pueblo persiguiendo la Libertad


Ahora que, puestos a cambiar la Historia, si Delacroix hubiera contado con alguna herramienta para hacerlo, como yo con la imagen, seguramente hubiera devuelto la vida a Géricault. Su muerte prematura le impresionó tanto, que en su Diario escribió: “En ella (su pintura) vuelvo a ver todo lo que siempre le ha faltado a David: la potencia en el modo de pintar, la gallardía, la audacia…” Estas palabras demuestran que su obra va a ser como el tema que representa en “La Libertad guiando al pueblo”, revolucionaria.
Delacroix fue el abanderado de la primera revolución artística en Francia, como lo fueran Turner en Inglaterra o Goya en España. Se le adjudicó el papel de rebelde porque no podía aceptar las normas de la Academia. Se opuso frontalmente al estilo de Ingres que apostaba por la constante exactitud en el dibujo e imitación de las esculturas clásicas. No comulgó con griegos ni romanos y apostó con firmeza por el color anteponiéndolo a la forma, lo que le situó muy próximo a la escuela veneciana de Tiziano, Tintoretto y Veronés. Para empaparse de él, del color, viajó a los países del norte de África, donde la luminosidad hace que los colores sean especialmente intensos. Mientras Ingres y sus seguidores se dedicaban a trazar, Delacroix se encargaba de destrozar. Fue precisamente Ingres, componente del jurado del Salón de 1828, quien le señalara dos errores en el dibujo y en la perspectiva en su obra “La muerte de Sardanápalo” (“A veces hay que estropear un poquito el cuadro para poder terminarlo”, escribió en su Diario).
Tubo de pintura extraido
Siempre he sentido devoción especial por los artistas que han usado la osadía como su propio camino creativo. No es tanto la Libertad guiando al pueblo, sino el pueblo persiguiéndola; y los artistas haciendo uso del arte como medio para alcanzarla.

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