Viaje a Mallorca

Lo malo de los viajes, por lo menos para mí, es que son siempre de ida y vuelta. Tenía razón Thomas Cook, pionero en la gestión de viajes turísticos, ideólogo e inventor de los cheques de viaje, cuando en las postrimerías de su vida dijo que después de haber viajado a cientos de países, de haber recorrido millones de kilómetros y de haber estado en numerosísimos hoteles, como en casa, no se estaba en ningún sitio. Pero, en el caso de Mallorca, el viaje nunca debería tener retorno.

Con ésta, ya son seis las veces que he ido a Mallorca, y cada vez que lo hago, descubro algo nuevo. En esta ocasión, ha sido el turno para Alcudia y Pollença que, en mis cinco anteriores visitas a la isla, sólo fueron camino de paso hacia cabo Formentor. Creo que nunca reparé en estos lugares por culpa de reclamos turísticos, como por ejemplo, visitas a ciertas cuevas, compras de artículos de piel o de perlas cultivadas. No dejéis que esto y, sobre todo, los odiosos mercadillos ambulantes desvíen vuestra atención sobre las verdaderas cosas que merecen la pena ser visitadas.

Mallorca es una isla con siglos de historia; sus orígenes se remontan a la Edad del Bronce, con la aparición de la llamada “Cultura de los Talayotes”. Por ella han pasado todas las culturas habidas y por haber, romanos, bárbaros (¡Bueno, éstos últimos creo que siguen allí todavía!), bizantinos, árabes y nosotros, los cristianos.

De todo lo visto, me quedo con lo siguiente:

Las calas

En Mallorca podréis encontrar playas como las de Levante, es decir, aquéllas que parece que se hicieron para ansiosos e insaciables caminantes; os cito, por ejemplo, la de Alcudia, Pollença o Can Picafort, en el norte de la isla; y la playa des Trenc, en el sur; aunque yo prefiero los ambientes recoletos que me ofrecen las calas. Por ejemplo, en Cala Pi de la Posada se encuentra la playa de Formentor, que todavía conserva el mismo aspecto y encanto que cuando la visité por primera vez en el año 1976. Tiene un inconveniente, es una playa hecha para los amantes de la acupuntura, pues los pinos, que parece que quisieran darse un baño, dejan caer sus puntiagudas hojas secas en la arena para, posteriormente, clavártelas en los pies y en la espalda. El único hotel que allí existe es el Formentor, que se inauguró en 1928, siendo el primer hotel de lujo construido fuera de Palma. Cuentan que en él se alojaron personalidades como Winston Churchill, el príncipe de Gales, el de Mónaco, los duques de Kent; y yo lo intenté, pero no me dejaron.



Pero quizá, la más interesante de las calas sea Sa Calobra, situada justo en la desembocadura de Torrent de Pareis. Es recomendable que vayáis en barco antes que en coche, pues la carretera que conduce al lugar es estrecha y sinuosa con algún tramo realmente espectacular, como es el llamado “nudo de corbata”, cuya foto podéis ver aquí. Para que os hagáis una idea, desde esta curva hasta la línea del mar, hay una distancia en línea recta de 2,4 kilómetros según he podido calcular en la Web Sigpac. Pues bien, en esa distancia hay casi 11 kilómetros de carretera y un descenso de 700 metros de altura hasta llegar al nivel del mar; es casi como una montaña rusa de asfalto.

Las ciudades de Palma, Alcudia y Pollença. Los museos

En mi visita a la ciudad de Palma, parece que me persiguió el mismo infortunio que en Florencia, cuando me dispuse a visitar la Galleria Uffizi; que me quedé con las ganas. Por desgracia, mi visita coincidió con una huelga de funcionarios italianos y me encontré los museos cerrados. En el caso de Palma, me topé con el Museo de Bellas Artes en la misma situación, cerrado por obras. En cambio, pude ver Es Baluard o Museo de Arte Moderno y Contemporáneo que, en mi opinión, es demasiado museo, son demasiados pasillos y demasiadas rampas para tan pocas obras; y el Museo de Arte Español Contemporáneo que, junto con el Museo de Cuenca, son gestionados por la Fundación Juan March que tiene su sede en Madrid. No tuve tiempo, sin embargo, de ver La Fundación Pilar i Joan Miró.



La ciudad de Alcudia es bella de día y, más aún, de noche. Pasear por ella es como viajar al Medievo, época en que obtuvo su máximo esplendor bajo los mandatos de Jaime I y Jaime II, siendo éste último, quien ordenara levantar las murallas que hoy podemos contemplar.

Fue fundada por los romanos capitaneados por Quinto Metelo en el año 123 a.C. sobre un poblado talayótico. He aquí otro dato más que demuestra que la Historia del Arte se ha forjado a base de trazar y destrozar. No podían asentarse 500 metros más allá, sino que tenía que ser encima. Así luego, los arqueólogos tienen los problemas que tienen (¿Con qué nos quedamos, con los restos árabes, los romanos?, ¿Qué hacemos con esto?). Bromas aparte, otro tanto de lo mismo le ocurrió a la Catedral de Palma, que fue edificada sobre el solar de una antigua mezquita. Pero además, esta conducta ha persistido incluso en el concepto artístico que cada artista ha tenido en mente. Por ejemplo, si para el renacentista las líneas básicas debían ser horizontales y verticales, no lo fueron para el artista barroco, que prefería las diagonales (¿Es esto un afán de superación o el deseo de querer ser diferente?).

Los romanos la llamaron Pollentia. Quizá yo no sea la persona más indicada para emitir una opinión sobre sus ruinas, pues el hecho de vivir a poco más de 25 kilómetros de Mérida (Emerita Augusta), aunque me pueda conceder cierta autoridad, seguramente haga que todo lo que diga quede mediatizado por la grandeza de mi entorno, en detrimento de este minúsculo asentamiento. Puede que su valor arqueológico sea incalculable, pero no así el artístico, que se resume en algunas piezas encontradas y reunidas en un antiguo hospital, hoy el Museo, que apenas ocupa 100 m2. No obstante, aunque sólo sea por dar gusto a mis contactos clásicos, aquí dejo las fotos para deleite.


Por último, quiero mencionar un lugar que también merece la pena visitar. Me refiero a Portals Nous. Digamos que Portal Nous es “El Puerto Banus” de Mallorca. Me gusta dejarme caer por estos lugares, principalmente, para comprobar que sigo conservando el gusto exquisito, a pesar de lo pobre que sigo siendo.

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