Bucólico

Pissarro (Artilugios e imágenes)
No sé si lo he comentado alguna vez, pero la mejor manera de conocer la paleta de un clásico es, primero, visitándolo, y después, copiándolo. Cuando digo visitar a un clásico, me refiero a enfrentarse en vivo a su pintura en los museos, acercarse a sus lienzos (siempre que algún celador no te llame la atención), observar el color de cerca, la dirección de las pinceladas, los empastes, las veladuras, las tendencias cromáticas, averiguar los primarios de las mezclas. Si esto no es posible, siempre queda la opción de bucear en Internet o en alguna enciclopedia y obtener una reproducción lo más parecida al original, aunque siempre distará de la primera alternativa. En Internet encontré las reproducciones para realizar las copias de estos tres cuadros del pintor Alfred Sisley que ahora presento. Bueno, realmente no las puedo otorgar el calificativo de copias, lo digo por aquello de que no las pinté en presencia del original, pero si las voy a llamar, al menos, interpretaciones aproximadas. No ocurrió lo mismo con la copia de Pissarro, cuyo original lo he podido ver y disfrutar en vivo en numerosas ocasiones en el Museo Thyssen.

Al hilo de lo anterior, vengo observando, cada vez con menos asombro, que copiar a los clásicos ha sido siempre una costumbre, incluso, entre los propios clásicos. La última exposición que he visitado fue la dedicada al pintor francés Henri Fantin-Latour en el Museo Thyssen, donde, además de ver una buena representación de su obra, me encontré con algunas copias que realizó en el Museo del Louvre de pintores clásicos como Tiziano, Veronés, Rubens o Ingres.

'Interpretación
En mi caso particular, me gusta copiar a los impresionistas, pero de ellos, siempre he procurado quedarme con lo más alejado de la visión del ciudadano; me relaja contemplar una escena campestre, un paisaje nevado, la nieve en los tejados, una escena fluvial. Desgraciadamente, ya no quedan paisajes como estos, o si los hay, presentan una costra de vehículos delante, tendidos eléctricos, contenedores de residuos, estructuras metálicas, de asfalto o de hormigón; vestigios de más de un siglo de modernidad. Hace tiempo que los artistas tuvieron que empezar a mirarse dentro de sí mismos para encontrar una imagen o algo que les devolviera a la naturaleza idílica de antaño.
Seguramente, hoy día, cualquiera colgaría un cuadro impresionista en su casa, sólo hay que ver las cifras que se pagan en las salas de subastas como Sotheby’s o Christie’s, así como los niveles de aceptación de las exposiciones de los artistas que cultivaron este movimiento. Sin embargo, los más valorados actualmente (Manet, Monet, Sisley, Pisarro, Renoir, etc.) fueron los más detestados y criticados; sus obras quedaron relegadas a un segundo plano y, durante muchos años, sólo pudieron verse expuestas en un salón llamado, precisamente, el de los Rechazados. No fue una tarea fácil, el impresionismo supuso un camino “sangriento” hacia la ruptura de la tradición.
'Interpretación
Refiriéndose a Monet, el historiador Ernest Gombrich en su libro La Historia del Arte” dijo: “La idea de éste, según la cual toda reproducción de la naturaleza debía necesariamente concluirse sobre el terreno, no sólo exigía un cambio de costumbres y un menosprecio de la comodidad, sino que conducía a nuevos procedimientos técnicos. La naturaleza o el motivo cambian a cada minuto, al pasar una nube ante el sol o al provocar reflejos sobre el agua el paso del viento. El pintor que confía en captar un aspecto característico no tiene tiempo para mezclar y unir sus colores aplicándolos en capas sobre una preparación oscura, como habían hecho los viejos maestros; debe depositarlos directamente sobre la tela en rápidas pinceladas, preocupándose menos de los detalles que del efecto general del conjunto. Fue esta falta de acabamiento, esta aparentemente rápida disposición la que enfureció literalmente a los críticos”. Por su parte, el compositor francés Albert Wolf escribió: “La impresión que provocan es la de un gato que se paseara por las teclas de un piano, o de un mono que se hubiera apoderado de una caja de colores”. Son sorprendentes estas críticas, no por el tono hiriente y destructivo (el artista debería superar el miedo escénico y cualquier crítica haciendo oídos sordos), sino porque va en una única dirección: hacia el aspecto formal y hacia la forma de pintar.
'Interpretación
Si hubiera que resucitar a alguno de estos artistas para darle su merecido homenaje, ese sería, sin duda, Alfred Sisley, quien moriría en la más absoluta de las miserias y nunca llegaría a gozar del mismo reconocimiento que tuvieron sus contemporáneos. Una biografía suya que he leído recientemente cuenta cómo la violenta reacción de crítica y público contribuyó a deteriorar aún más su situación anímica y económica. Como diría el Sr. Gombrich: “Tuvo que pasar mucho tiempo para que el público aprendiera a ver un cuadro impresionista retrocediendo algunos metros y disfrutando del milagro de ver esas manchas embrolladas colocarse súbitamente en su sitio y adquirir vida ante nuestros ojos. Conseguir este milagro y transferir la verdadera experiencia visual del pintor al espectador fue el verdadero propósito de los impresionistas”

1 comentario:

  1. El otro día leía por ahí que para saber si una escultura es buena, tenía que provocar la necesidad de rozarla con los dedos. Ante una imagen como las que muestras, habrá que acercarse y alejarse, cerrar los ojos y volverlos a abrir, si al volverlos a cerrar sigues sintiendo esos colores, será que es buena.
    A ver si expones de una vez cerca de aquí para poder ir a hacer la prueba.

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